jueves, 30 de marzo de 2017

¡Exijo un trozo del cadáver de tu hijo!

Autor: José-Domingo Rodríguez Martín
Profesor titular de Derecho Romano en la Universidad Complutense de Madrid

 Los hombres de Fulvio rodeaban, con palos y antorchas, la casa de Marco. Cuando éste salió al fin al atrio, solemne aun en su sencilla túnica, se hizo un tenso silencio. En ese momento, de entre el grupo callejero apareció Fulvio, el pater familias vecino, con toga patricia y sádica mirada, quien, poniendo su dedo índice más cerca de la cara de Marco de lo que el decoro permitía, le espetó:

—¡Entrégame ahora mismo a tu hijo! ¡Ha matado a mi esclavo más valioso, y exijo poder castigarle como se merece! ¡Así es el Ius de nuestra Ciudad, y así debe cumplirse!—Fulvio hablaba a grandes voces, consciente de que en todas las ventanas había ciudadanos que no querrían perderse detalle del escándalo. Y de algún modo, parecía saborear la situación.

—Mi hijo ha actuado en defensa propia, Fulvio, y lo sabes. Fue atacado por tu esclavo y él se limitó a defenderse.

—¡Tu hijo, el melenas ése de uñas largas “para tocar la cítara”, estaba en el balcón de mi hija! —le atajó Fulvio—¡Debo proteger su virtud y el honor de mi nombre!

Marco, mirándole unos instantes, le respondió tranquilamente:



Citarista piloso
—Bueno, por lo que sé, creo que tu hija está deseando casarse con el “melenas” de mi hijo; cosa que, dicho sea de paso, me parece una feliz idea: la chica es, sin duda, encantadora...—Marco esbozó una media sonrisa, y añadió:—... y con un ambiente familiar como el que dice tiene, no me extraña que le compense dejar su casa, su virtud y su nombre.
En todas las ventanas del barrio, aparentemente oscuras, se oyeron risas sofocadas.

Fulvio, fuera de sí, se puso a gritar aún más alto:

—¡¡Jamás permitiré que mi hija se case con un plebeyo!! Y como sé que ni en sueños podrías pagar el precio del esclavo que tu hijo ha matado, sabes que la ley me permite exigir en pago a tu hijo, para hacer con él lo que quiera...—Y añadió, sonriendo con satisfacción:—Incluso matarle, como sabes bien.

Marco, al oír esto, miró fijamente a su vecino, y con voz grave le respondió:

—¡Oh Fulvio! Sabes que el Ius de nuestros antepasados me otorga el derecho de vida y muerte, el ius vitae necisque, sobre los miembros de mi familia. Por el honor de mi casa, seré yo quien le ajusticie.
La idea pareció encantar a Fulvio: su odiado vecino tendría que matar a su propio hijo, el sucio pretendiente de su hija. Así que sonriendo, gritó en medio de la calle:

—¡Todos han oído tus palabras, oh Marco! Mañana, al medio día, te espero en el foro, ante el praetor, para que me traigas el cadáver de tu hijo. O bien, si lo prefieres, puedes aportar lo que los juristas prevén para estos casos: una "pars corporis" de tu hijo. —Fulvio afiló su sonrisa y enseñó los dientes a Marco— No vengas cargado, basta que aportes una parte de su cuerpo...
Sus palabras resonaron en el silencio de la noche. Incluso los libertos de Fulvio, mirando de recelo a su patrono, disimulaban a duras penas su consternación.

* * * * * * * * * * *

Al día siguiente, había una gran expectación en el foro. Si cada juicio era ya, de por sí, un espectáculo social, lo de ese día no tenía parangón: hacía mucho tiempo que nadie exigía el cumplimiento de aquella vieja norma tan brutal, por mucho que, legalmente, toda norma del Ius siguiera vigente a todos los efectos.

Fulvio esperaba al pie del estrado, con aire satisfecho, sin dejar de agobiar al pretor con los detalles de la afrenta, el cual le escuchaba con mal disimulado hastío. De repente, un murmullo general les advirtió de que Marco al fin había llegado. Volviéndose para regodearse en su enemigo vencido, Fulvio se quedó estupefacto al contemplar que Marco llegaba sonriente y paseando despacio, seguido de un esclavo que portaba dos bolsas.

Una vez bajo el estrado, y observadas las respetuosas formalidades ante el pretor, éste dio la palabra a Marco, quien a su vez dijo a Fulvio en alta voz:

—¡Ciudadano Fulvio Glabrio Mela! Delante del praetor, encarnación del Ius, y ante el pueblo de Roma, pido perdón por la inexcusable actuación de mi hijo. Hoy, al amanecer, ¡le he castigado con mis propias manos!—Nadie en todo el foro osaba respirar. El esclavo acercó a su amo una de las bolsas y Marco, extrayendo su contenido, gritó en alta voz:

—¡He aquí, en aplicación literal del Ius, una pars corporis de mi hijo!—Y sacó de la bolsa una sucia coleta de pelo largo, que depositó en las manos del boquiabierto Fulvio, mientras añadía:—Y, por si fuera poco, ¡he aquí muchas más!

Con un rápido gesto, espolvoreó a Fulvio con el contenido de la bolsa. Éste, sacudiéndoselo como loco, gritaba asqueado: —¡¡Pero... pero... esto son recortaduras de uñas!!

—Sí—respondió Marco, mientras se alejaba tras saludar respetuosamente al pretor, quien correspondió con mal disimulada sonrisa—, ganas tenía yo ya de adecentar al niño...

PARA SABER MÁS:

Esta historia está inspirada en un manuscrito jurídico romano hallado en 1898 en la catedral de Autún (Francia), los llamados Fragmenta Augustodunensia, en el que se conservan los apuntes de clase de un alumno de Derecho del siglo IV o V d.C. En el párrafo 83 de dicho texto, por increíble que pueda parecer, se menciona que a los juristas romanos se les planteó realmente la cuestión sobre el valor probatorio de las uñas o el cabello para casos como éste. El mencionado texto se puede consultar en: FA 4,83.

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